martes, 14 de julio de 2009

Un viaje bajo tierra

Madera. Madera por todos lados. Madera vieja, rota, crujiendo en cada rincón. Tan rústico como popular. Asientos enfrentados el uno a otro, calentados por el cuerpo humano. Recorre cada parte de la capital conociendo gente de toda edad, sexo, cultura, físico, personalidad; las paredes conocen historias de variadas épocas, los asientos sí que saben de las modas en la historia; las luces nos ayudan a vernos bien, aunque no haya ánimos de mirar a los ojos; los caños en el medio del camino nos equilibran. Todo fríamente calculado, hecho con experiencia. Con vibras históricas en cada rincón, nos transporta sin prejuicios. Económico y cultural; un símbolo más de nuestra sociedad. Cada vez que abre sus puertas hay un segundo para respirar y otro donde se abalanza gente sin cesar, esa gente apagada, pensando en cualquier cosa, sin aprecial el aroma, los ruidos, la vida que tiene ese lugar, seguro nunca se pusieron a pensar cómo fue ese lugar cuando todavía era una novedad, la fascinación que debe haber causado, seguro nunca se pusieron a pensar, seguro nadie se puso a pensar, seguro nadie pensó en él.
En algunas paradas se escucha una dulce voz, con una humilde guitarra y, de vez en cuando, hasta una armónica muestra su sonido.
Arte. No será un Picasso ni una sinfonía de Mozart, tampoco será 'El Fantasma de la Ópera', pero cada vagón del subte en donde se juntan culturas, idiomas, pieles, ropa, sudor, voces, cantos, energías, es arte; simple y silencioso arte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario